No sé si este mensaje les aparezca. No entiendo que ha pasando con mis trabajos, con mis cuentas de Yahoo, con mi Dropbox, o con mi computador. Parece que lo están hackeando, que mi privacidad está en riesgo, pero mi AVAST (con licencia) dice que"todo va bien". Es posible que mi "resistencia" a la tecnofilia me la esté cobrando, no sé. A todo esto se añade que, por no entrar a mi correo, no tengo sus correos en este momento (agradecería a alguien si puede enviarme un mensaje con ellos al correo de hotmail fabiogalvismejia@hotmail.com.
Profe: Yo estoy regresando a Bogotá mañana. La verdad, estaba alejado del mundanal ruido. Si de algo sirve, le pido mil disculpas por mi problema. Yo traté de dejar todo listo antes de viajar y no sé todavía qué ha pasado. Adjunté los archivos el 29 con Dropbox y, además, se los envié por mi correo, Comprobé que se habían adjuntado, y me fuí tranquilo para mi viaje. Sin embargo, a mi regreso me encuentro con esto. Afortunadamente grabé mis archivos en USB, y ahora mismo estoy estoy copiando el texto aquí mismo. El texto lo revisé y está bien; sin embargo, los mapas están desconfigurados y estoy tratando de reeditarlos en word a textos simples.
A QUIEN
LE INTERESE: ¡MI PAREJA Y EL CIBERESPACIO ESTÁN
SALIENDO!...¡¡BÁRBARO!!
Fabio
Galvis M.
Módulo:
Comunicación y Educación III
Docente:
Germán Muñoz
Comunicación
Educativa
Uniminuto
Agosto
2014
Casi
siempre me acojo a la experiencia personal a la hora de enfrentarme a
trabajos tipo ensayo. Hoy no va a ser la excepción, y más que
nunca, no tiene porqué serlo. En realidad, desde ya puedo suponer
que va a ser un reto muy familiar, dado que mi Arendtiana cultura
privada está realmente invadida por el tema propuesto: la
cibercultura. El profesor Muñoz mencionó unas premisas básicas
mínimas: que la cibercultura sea el tema principal, que involucremos
ideas de algunos autores propuestos en clase,
y finalmente, que no sobrepase las cinco páginas. En mi caso, este
sencillo y personal escrito, con algunos apuntes de los textos de
Baricco, Lévy y Rueda, además de las discusiones generadas en
clase, espero cumplir con los mínimos establecidos con este sencillo
escrito.
Hacia
las ocho de la noche, en cada día laborable, recojo a mi novia en el
centro de Madrid (Cundinamarca), donde vivimos. Es gracioso cómo
ella ha evolucionado en los hábitos de nuestro habitual encuentro
después de la larga jornada laboral. Si sólo me remonto a
principios del 2013, puedo decir que era un diálogo de mínimo una
hora, pero normalmente de varias, que se iniciaba sentada en el
puesto de copiloto, continuaba durante el servir y disfrutar de la
última comida del día, y terminaba en el sofá de la sala del
apartamento mientras compartimos un canelazo
o un carajillo. Los
temas habituales son/eran de trabajo, de estudio, de transporte, las
relaciones familiares, los planes de viaje, o nuestras finanzas. El
hecho es que ambos teníamos un pacto tácito de que, durante ese
tiempo, no era necesario tener encendidos el televisor, el equipo de
sonido o los computadores; y, por ende, todos permanecerían
apagados. En realidad, ambos creíamos que era una manera de respetar
nuestro reencuentro que, sólo ocasionalmente, era interrumpido por
una llamada, un vecino o una tarea impostergable. Era un espacio que
ambos valorábamos especialmente.
Las
cosas comenzaron a cambiar paulatinamente desde finales del año
anterior. Las interrupciones cada vez mayores y los temas cada vez
más de terceros empezaron a volverse constantes. Sin duda puedo
sonar determinista tecnológico
-para Levy- , o antibárbaro -para
Baricco-, pero hay un un elemento fundamental, yo diría sine
qua non, para que se esté dando
este indeseable cambio, y con tal velocidad: la cibercultura. Es
posible que me esté volviendo un mal conversador, que la monotonía
nos esté invadiendo, o inclusive que nuestros sentimientos se hayan
transformado, pero, permítanme dejar claro que, aun pudiendo todo
esto ser verdadero en algún grado, es también muy claro para mí
que la influencia de la cibercultura es protagonista causal y, aunque
confío en que lleguemos a acuerdos que permitan una comunicación
suficiente para fortalecer la relación, me interesa aprovechar esta
oportunidad para reflexionar acerca de esta causalidad.
Volvamos
a mi pareja. Al poco tiempo de que cambiara de un celular Xperia
Mini a un Samsung
Galaxy SIII Mini, fue evidente
que. con la mayor facilidad con la que manejaba la conexión a la
Red, con su correspondiente uso de las redes sociales y de los
buscadores -especialmente Facebook
y Google-, y al darse
la posibilidad de manejar una comunicación e información virtual
con actualización constante, sus espacios de comunicación reales,
incluyendo conmigo mismo, están sufriendo un desplazamieto
paulatino, además de algunos efectos colaterales.
Inicialmente,
casi con pena, me decía cosas como: “amor, perdóname pero debo
revisar mi cuenta, es sólo un minuto, podemos seguir hablando, no te
preocupes.” Luego, por diferentes motivos, debí resignarme a
verla en la típica posición de sumisión que conlleva el tratar de
observar en una pantalla tan pequeña, y, al mismo tiempo, tratar de
atender nuestra charla. Más adelante un sinfín de motivaciones: el
chequear el cambio de algunas facturas impresas a formato digital, un
atractivo Groupon, una
oferta para ir a Manizales por Avianca,
una duda que me quedó en el trabajo y alguien le desea aclarar por
“Face”, o un What´s up,
entre muchos otros motivos; todos fueron siendo parte cuasi-habitual
de lo que antes no. Simplificando, el multitasking
empezó a asaltar nuestro encuentro, de la mano con las modas
culturales, consumistas, musicales, entre otras (Rueda, 3.)Lo cierto
es que aun siendo un ingrediente extraño a nuestra cotidianidad, su
impacto no era de tal categoría que yo, incauto, me animara a
“llamar la atención en debida forma y en el momento oportuno.” A
pesar de que ante mí se mostró a centelladas el saqueo,
fui incapaz de ver la invasión
(Baricco, 11.) En verdad, para la época, no lo tomé como algo que
llegara a competirle a nuestras charlas.
Sin
embargo, cambios adicionales en lo instrumental, y el reciente brote
de colombianismo (en gran parte
impulsada por la misma cibercultura), han hecho un buen trabajo para
hacerme reconocer mi debido y retardado arrepentimiento. Me explico:
la compra (adicional) de un iPhone5S,
la suscripción a Netflix
y la fiebre por nuestra selección,
durante y después del Mundial de Fútbol de Brasil de este año,
parecen poder ser señalados como factores originarios del progresivo
cambio en el discurrir de nuestros encuentros. Es claro que
ahora mismo, mi pareja, en su calidad de emigrante digital,
es incapaz de separarse de sus “teléfonos inteligentes” màs
alla del cuarto próximo, y muchísimo menos, tolera la idea de
apagarlos.
Nuestro
mencionado encuentro, frecuentemente e ineludiblemente, es ahora
interrumpido por las pequeñas o grandes cosas que le ocurren a “sus
héroes de la Selección” -así el mencionado Mundial haya
finalizado hace más de un mes-. Inclusive, algunas veces y con algo
de timidez, ha querido prender el televisor para ver ESPN o
FOX Sports con miras a ver lo
que pasa con “ellos”. Asimismo, tiene una fuerte tendencia a
interrumpir nuestro diálogo para obligarme a
compartir lo que sintió con un video hecho viral,
o con una imagen que le apareció en su cuenta de “Face”, entre
muchos otras razones de la invasión. Además, debo adicionar que no
se desconecta de Skype
ni de Facebook hasta
la hora de dormir y que, hasta hace poco y porque Netflix
no compra casi nada de estreno reciente -de lo contrario
continuaría-, cada noche debía ver, mínimo, un capítulo, ya fuere
de Breaking Bad, de
Homeland o de Gray´s
Anatomy.
Por
todo esto, yo, miembro de la cada vez más restringida cofradía de
los humanos que hacemos resistencia
al paso de bárbaro mongol de Genghis Khan, que la cibercultura
presenta en nuestros días, manifiesto mi contrariedad con la
intromisión de la misma en la esfera íntima de mi relación de
pareja. Por ello, secuencialmente, le he esgrimido toda clase
de preocupados razonamientos: Al expresar angustias como: “todos
los días noooo”, “apágalos al menos en la noche”, “mira
cómo te esfuerzas por ver esas pantallas.” Al hablarle acerca de
cómo los interminables hechos, ilusiones y mitos del ciberespacio
están invadiendo lugares que teníamos reservados a la pareja. Al
esgrimirle el dolor de pareja que siento en haberle permitido
postergar la cirugía de su ya insoslayable presbicia, por invertir
parte del dinero en algo que aumenta sus dolores de cuello: su
iPhone. Al hacerle notar que
su interminable zapping,
y final uso de Netflix,
le quitan tiempo de sueño necesario para el debido descanso. En fin,
que trate de controlar tanto la cantidad del consumo como sus
consecuencias, en ella misma y en nuestra relación.
Ciertamente
puede resultar fácil estar de acuerdo con Lévy en que una visión
apocalíptica/ tecnófoba de los efectos de las innovaciones y el
cambio tecnológico, es desconocer la esencial indeterminación en
muchos de sus sentidos. De la misma manera, que las
técnicas son imaginadas, fabricadas y reinterpretadas por el hombre,
y que no son ni buenas ni malas. Sin
embargo, en verdad siento que la cibercultura está realizando, un
sistemático, casi brutal ataque, no al tabernáculo de Baricco, sino
a la sacralidad del encuentro con mi pareja. Además, lo está
haciendo con las características que él mismo reivindica: siempre,
y sea como sea, contra el rasgo más noble, culto, espiritual de
todos y cada uno de los gestos (Baricco, introducción,36.)
Sí, por supuesto que puedo ser tildado de esgrimir una posición
irremediablemente dualista, -debate que debe ser superado (Rueda,
p.10). Empero, acaso el mismo Baricco no nos advierte:
“No
hay mutación que no sea gobernable. Abandonar el paradigma del
choque de civilizaciones y aceptar la idea de una mutación en curso
no significa que deba aceptarse cuanto sucede tal y como es, sin
dejar la huella de nuestros pasos. Lo que llegaremos a ser sigue
siendo hijo de lo que quisiéramos llegar a ser. Así que se vuelve
importante el cuidado cotidiano, la atención, la
vigilancia.”(Baricco, p.83)
Y Rueda, problematizando el concepto antideterminista (Lévy) sobre
la tecnología, cuando reza para ella misma:
“las
tecnologías no son simples objetos a la mano, disponibles y neutros,
esperando simplemente nuestro uso o producción sino que se
inscriben dentro de una matriz cultural, histórica y política
que les da sentido y que define sus usos, apropiaciones, los
conocimientos válidos, legítimos que se tramitan, los que se han de
universalizar, el lenguaje que se privilegia. Es decir, se
constituyen en una esfera cultural dominante donde se
excluyen grupos enteros o se incluyen segmentadamente otros, lo que
ha dado lugar a violencias epistémicas sobre universos culturales
enteros.” (Rueda, p.7)
De
tal manera, no puedo estar, esta ocasión, de acuerdo con
Medina, en que los impactos hasta ahora visibles de la cibercultura,
pretendidademente analizados en Estudios Socio-Técnico-Culturales
vanguardistas, puedan
tomarse como referentes adecuados para llegar a conclusiones acerca
de la bondad o maldad en la formación, o en la interpretación o
estabilización de los Sistemas Socio-Técnico-Culturales
que reciben su influencia (Lévy, en el prólogo de M. Medina.)
En
mi opinión, no sólo el par de ideas anteriormente acotadas y,
principalmente, el corto tiempo que nuestras sociedades llevan
expuestas a la cibercultura, nos imposibilita definir con mediana
claridad la realidad de sus efectos y, por ende, no podemos decir aún
algo medianamente canónico acerca de la misma. No puede ser tomada
como una realidad que deba aceptarse, de facto, y luego ser adaptada,
articulada, transformada o rechazada. Medina mismo acepta que pueden
darse riesgos o crisis que tienden a desestabilizar Sistemas
Socio-Técnico-Culturales en su tradicional forma de pervivencia
“debido a las transformaciones radicales y las desestabilizaciones
generadas por los impactos de nuevos sistemas tecnológicos” con
la consecuente emergencia de los conflictos (Lévy, en el prólogo de
Medina.) Permítanme
argüir que, prácticamente, ninguna de las “últimas palabras”
que este campo necesita dilucidar, están aún a nuestro alcance.
La
potencialidad de la virtualidad de la cibercultura que el mismo Lévy
esboza en la primera mitad del capítulo III Lo digital o
la virtualización de la información,
se está mostrando sobre una realidad (el caso personal que he
expuesto), de forma negativa, por lo menos hasta el momento. Si todo
ello es un replanteamiento necesario de los modelos y prácticas
sociales que la cibercultura ciertamente puede potenciar
(mas no determinar,
recalco de nuevo); tal parece que no hace mucho por el bienestar de
mi relación. Acá me atrevo a citar, de nuevo, a Lévy:
“Pero
las potencialidades positivas de la cibercultura, si bien conducen a
nuevos poderes de lo humano no garantizan para nada la paz o la
felicidad. El que nos volvamos más humanos debe suscitar con todo
derecho la vigilancia, pues sólo el hombre es inhumano, y justamente
en proporción a su humanidad” (Lévy, p. 114.)
Desde
otro punto de vista y tratando de contrastar mis anteriores
disquisiciones, tal vez todo lo disertado hasta el momento me esté
sirviendo de excusa para no enfrentar un simple conflicto
de pareja. Quizás, todo se
reduce a que estoy dejando de ser visto como la pareja deseada,
compañero de vida. Es posible que donde ella, como “prebárbaro”,
puede respirar a sus anchas, yo siento morir. Tal vez sus mutaciones
son benignas y yo soy un simple apocalíptico,
y, como Glenn Gould dice respecto al rock (citado por Baricco, p. 9):
“No consigo entender las cosas simples.”
Es posible que ella esté obteniendo en el ciberespacio esas
deleitables experiencias,
“ese momento en que el ser humano toma posesión de su
reinado.” O será que debo
comenzar a meditar si ya es hora de que sea yo el que cambie de
actitud, y comience a meditar en mi posición tan romántica
como burguesa, pues,
al fin y al cabo, todos somos mutantes en algún grado. Puede ser
que, como Baricco recomienda, deba empezar leyendo El
Nombre de la Rosa de Eco, como
parte del doloroso proceso de mutación en el sujeto que tiene
asociada a la cibercultura (p. 2, 9, 22, 44-51, 82.)
Espero
no ser tomado como un antibárbaro que se queja con snob,
o que participa en una “plática de bar” (Baricco, 18.)” No
niego que puede serlo, pero... Esto para mí es un saqueo barbárico,
y el bienestar de mi relación no lo quiero como parte del botín, no
quiero que la sacralidad de mi relación sea desmantelada. Cuando
leía a Rueda, citando a Muñoz, Hopenhyan y Blondieu, no podía
dejar de relacionarlo con mi situación como pareja. Juzguen ustedes
mismos:
“esta
situación genera la
preocupación constante de estar a la moda o de tener el último
modelo
y la consecuente preocupación por la obsolescencia tecnológica y,
al mismo tiempo, la singularización de los dispositivos tecnológicos
de acuerdo a las posibilidades económicas de cada quien, donde el
consumo de éstos representa una opción de participación simbólica.
Se trata de una situación compleja que produce grandes
insatisfacciones y angustias,
pues la paradoja es que cuanto más tiempo dedicamos a la adquisición
de medios para poder consumir, tanto menos tiempo nos queda para
poder disfrutar, gozar, experimentar y para vivir el mundo disponible
que estas mismas tecnologías nos ofrecen como libertad.
Debemos
ser veloces, actuar con rapidez, con eficiencia,
esta es una de las condiciones de la subjetividad o en otras
palabras, una de las cualidades para ser en la actualidad. Y su
reverso ciertamente amenaza con el peso de la violencia y la
exclusión simbólica con el destierro de todos los elementos y
sectores a partir de los cuales se forjan los rumbos mundiales de
existencia contemporánea. Por supuesto, estas características de
velocidad,
de capacidad de aprendizaje permanente, de adaptación al cambio, son
las condiciones de una subjetividad capitalista,
donde la cultura se ha integrado a los procesos de producción y
valoración económica en las sociedades contemporáneas y es su
fuerza vital ” (Rueda, p. 4).
Muy
a pesar de mi asentimiento en que participar en la cibercultura es un
derecho o una clase de imperativo moral (Lévy, p.92), no sé si mi
pareja esta enriqueciendo el mundo virtual de la cibercultura con su
participación. Lo que sí tengo claro, por un lado, es que está
empobreciendo el mundo real de nuestra relación y, por otro, que
parece lógico que una creación colectiva
-estandarte de bondad de la cibercultura, y “uno de los
mejores remedios contra las desestabilizadoras, algunas veces
excluyentes, mutaciones técnicas”-
pueda verse como una solución factible para un problema de nuestra
esfera privada. No dejo de preguntarme: ¿Seré capaz de desviar el
determinismo tecnológico
aparente, en mis encuentros de pareja? ¿Debo hacerlo?
Es
diáfano que ella merece el debido respeto a su individualidad. Si
ella quiere estar empoderada en su papel de emigrante
digital, y de progresar en su
parcial mutación barbárica,
entonces ella necesita una dosis de independencia en el actuar
y pensar que interrumpe, y que me desquicia, y hasta en el surfing
en la red ante la menor duda en cualquier tema, que tanto la
esclaviza del aparato.
¿Acaso no necesita de un polo
a tierra?, como Rueda menciona
(p.11.) Más aun, si lo requiriese ¿debo ser yo mismo? Aunque son
tan numerosas como serias las dudas que quedan, dispénsenme de
concluir citando a la misma Rueda acerca del mundo que la
cibercultura ha ayudado a crear:
“¿Éste
es el mundo que deseamos? Sin duda se trata de una pregunta política
por las formas de vida que estamos construyendo. Parece
ser que tanto para el ejercicio del poder y de control como para las
prácticas de resistencia ante éste, las condiciones de posibilidad
para desplegarse, tomar forma y organizarse son las mismas: residen
en la producción de las mencionadas superficies de ensamblaje de
mentes-cuerpos que cooperan con máquinas, en la posibilidad de
manipulación, transmisión y conexión de información con el fin de
generar una socialidad productiva” (Rueda, p. 5)
Sea
lo que fuere. Así me vea impelido a mantener el statu quo.
Así tenga razón o no en mi aparente tecnofobia. De cualquier forma
y ante cualquier escenario. Declaro mis expectativas: Espero que ella
no esté dispuesta a perder el alma. Espero
que ella sea aún tan romántica como yo mismo. Espero que desafíe
los bárbaros de Baricco -a los que tan sin cuidado les tiene perder
el alma y el ser romántico
(p.47-57.) En fin,
Lo único que espero de todo
estos ires y venires anteriormente explicados, es que, a ella, a mi
pareja, le sobren deseos de darme una mano en el intento de defender
la relación que ambos seguimos considerando enriquecedora.
LISTADO DE REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
- Baricco, A.(2006) Los bárbaros: Ensayos sobre la mutación. Fandango, Italia. Disponible en: https://app.box.com/s/r4zmx69ugv0ufi4izql3
- Lévy, P. (2007). Cibercultura: Informe al Consejo de Europa. Anthropos, Iztapalapa (México.)
- Rueda, R.(2008) Educación y transformaciones cognitivas: Más allá del determinismo tecnológico y más acá de la ficción. Nasciencia. (Documento digital facilitado por el profesor Muñoz.)
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