jueves, 4 de septiembre de 2014

Hola Compañeros.

No sé si este mensaje les aparezca. No entiendo que ha pasando con mis trabajos, con mis cuentas de Yahoo, con mi Dropbox, o con mi computador. Parece que lo están hackeando, que mi privacidad está en riesgo, pero mi AVAST (con licencia) dice que"todo va bien". Es posible que mi "resistencia" a la tecnofilia me la esté cobrando, no sé. A todo esto se añade que, por no entrar a mi correo, no tengo sus correos en este momento (agradecería a alguien si puede enviarme un mensaje con ellos al correo de hotmail fabiogalvismejia@hotmail.com.

Profe: Yo estoy regresando a Bogotá mañana. La verdad, estaba alejado del mundanal ruido. Si de algo sirve, le pido mil disculpas por mi problema. Yo traté de dejar todo listo antes de viajar y no sé todavía qué ha pasado. Adjunté los archivos el 29 con Dropbox y, además, se los envié por mi correo, Comprobé que se habían adjuntado, y me fuí tranquilo para mi viaje. Sin embargo, a mi regreso me encuentro con esto. Afortunadamente grabé mis archivos en USB, y ahora mismo estoy estoy copiando el texto aquí mismo. El texto lo revisé y está bien; sin embargo, los mapas están desconfigurados y estoy tratando de reeditarlos en word a textos simples.


A QUIEN LE INTERESE: ¡MI PAREJA Y EL CIBERESPACIO ESTÁN SALIENDO!...¡¡BÁRBARO!!

Fabio Galvis M.
Módulo: Comunicación y Educación III
Docente: Germán Muñoz
Comunicación Educativa
Uniminuto
Agosto 2014

Casi siempre me acojo a la experiencia personal a la hora de enfrentarme a trabajos tipo ensayo. Hoy no va a ser la excepción, y más que nunca, no tiene porqué serlo. En realidad, desde ya puedo suponer que va a ser un reto muy familiar, dado que mi Arendtiana cultura privada está realmente invadida por el tema propuesto: la cibercultura. El profesor Muñoz mencionó unas premisas básicas mínimas: que la cibercultura sea el tema principal, que involucremos ideas de algunos autores propuestos en clase, y finalmente, que no sobrepase las cinco páginas. En mi caso, este sencillo y personal escrito, con algunos apuntes de los textos de Baricco, Lévy y Rueda, además de las discusiones generadas en clase, espero cumplir con los mínimos establecidos con este sencillo escrito.

Hacia las ocho de la noche, en cada día laborable, recojo a mi novia en el centro de Madrid (Cundinamarca), donde vivimos. Es gracioso cómo ella ha evolucionado en los hábitos de nuestro habitual encuentro después de la larga jornada laboral. Si sólo me remonto a principios del 2013, puedo decir que era un diálogo de mínimo una hora, pero normalmente de varias, que se iniciaba sentada en el puesto de copiloto, continuaba durante el servir y disfrutar de la última comida del día, y terminaba en el sofá de la sala del apartamento mientras compartimos un canelazo o un carajillo. Los temas habituales son/eran de trabajo, de estudio, de transporte, las relaciones familiares, los planes de viaje, o nuestras finanzas. El hecho es que ambos teníamos un pacto tácito de que, durante ese tiempo, no era necesario tener encendidos el televisor, el equipo de sonido o los computadores; y, por ende, todos permanecerían apagados. En realidad, ambos creíamos que era una manera de respetar nuestro reencuentro que, sólo ocasionalmente, era interrumpido por una llamada, un vecino o una tarea impostergable. Era un espacio que ambos valorábamos especialmente.

Las cosas comenzaron a cambiar paulatinamente desde finales del año anterior. Las interrupciones cada vez mayores y los temas cada vez más de terceros empezaron a volverse constantes. Sin duda puedo sonar determinista tecnológico -para Levy- , o antibárbaro -para Baricco-, pero hay un un elemento fundamental, yo diría sine qua non, para que se esté dando este indeseable cambio, y con tal velocidad: la cibercultura. Es posible que me esté volviendo un mal conversador, que la monotonía nos esté invadiendo, o inclusive que nuestros sentimientos se hayan transformado, pero, permítanme dejar claro que, aun pudiendo todo esto ser verdadero en algún grado, es también muy claro para mí que la influencia de la cibercultura es protagonista causal y, aunque confío en que lleguemos a acuerdos que permitan una comunicación suficiente para fortalecer la relación, me interesa aprovechar esta oportunidad para reflexionar acerca de esta causalidad.

Volvamos a mi pareja. Al poco tiempo de que cambiara de un celular Xperia Mini a un Samsung Galaxy SIII Mini, fue evidente que. con la mayor facilidad con la que manejaba la conexión a la Red, con su correspondiente uso de las redes sociales y de los buscadores -especialmente Facebook y Google-, y al darse la posibilidad de manejar una comunicación e información virtual con actualización constante, sus espacios de comunicación reales, incluyendo conmigo mismo, están sufriendo un desplazamieto paulatino, además de algunos efectos colaterales.

Inicialmente, casi con pena, me decía cosas como: “amor, perdóname pero debo revisar mi cuenta, es sólo un minuto, podemos seguir hablando, no te preocupes.” Luego, por diferentes motivos, debí resignarme a verla en la típica posición de sumisión que conlleva el tratar de observar en una pantalla tan pequeña, y, al mismo tiempo, tratar de atender nuestra charla. Más adelante un sinfín de motivaciones: el chequear el cambio de algunas facturas impresas a formato digital, un atractivo Groupon, una oferta para ir a Manizales por Avianca, una duda que me quedó en el trabajo y alguien le desea aclarar por “Face”, o un What´s up, entre muchos otros motivos; todos fueron siendo parte cuasi-habitual de lo que antes no. Simplificando, el multitasking empezó a asaltar nuestro encuentro, de la mano con las modas culturales, consumistas, musicales, entre otras (Rueda, 3.)Lo cierto es que aun siendo un ingrediente extraño a nuestra cotidianidad, su impacto no era de tal categoría que yo, incauto, me animara a “llamar la atención en debida forma y en el momento oportuno.” A pesar de que ante mí se mostró a centelladas el saqueo, fui incapaz de ver la invasión (Baricco, 11.) En verdad, para la época, no lo tomé como algo que llegara a competirle a nuestras charlas.

Sin embargo, cambios adicionales en lo instrumental, y el reciente brote de colombianismo (en gran parte impulsada por la misma cibercultura), han hecho un buen trabajo para hacerme reconocer mi debido y retardado arrepentimiento. Me explico: la compra (adicional) de un iPhone5S, la suscripción a Netflix y la fiebre por nuestra selección, durante y después del Mundial de Fútbol de Brasil de este año, parecen poder ser señalados como factores originarios del progresivo cambio en el discurrir de nuestros encuentros. Es claro que ahora mismo, mi pareja, en su calidad de emigrante digital, es incapaz de separarse de sus “teléfonos inteligentes” màs alla del cuarto próximo, y muchísimo menos, tolera la idea de apagarlos.

Nuestro mencionado encuentro, frecuentemente e ineludiblemente, es ahora interrumpido por las pequeñas o grandes cosas que le ocurren a “sus héroes de la Selección” -así el mencionado Mundial haya finalizado hace más de un mes-. Inclusive, algunas veces y con algo de timidez, ha querido prender el televisor para ver ESPN o FOX Sports con miras a ver lo que pasa con “ellos”. Asimismo, tiene una fuerte tendencia a interrumpir nuestro diálogo para obligarme a compartir lo que sintió con un video hecho viral, o con una imagen que le apareció en su cuenta de “Face”, entre muchos otras razones de la invasión. Además, debo adicionar que no se desconecta de Skype ni de Facebook hasta la hora de dormir y que, hasta hace poco y porque Netflix no compra casi nada de estreno reciente -de lo contrario continuaría-, cada noche debía ver, mínimo, un capítulo, ya fuere de Breaking Bad, de Homeland o de Gray´s Anatomy.

Por todo esto, yo, miembro de la cada vez más restringida cofradía de los humanos que hacemos resistencia al paso de bárbaro mongol de Genghis Khan, que la cibercultura presenta en nuestros días, manifiesto mi contrariedad con la intromisión de la misma en la esfera íntima de mi relación de pareja. Por ello, secuencialmente, le he esgrimido toda clase de preocupados razonamientos: Al expresar angustias como: “todos los días noooo”, “apágalos al menos en la noche”, “mira cómo te esfuerzas por ver esas pantallas.” Al hablarle acerca de cómo los interminables hechos, ilusiones y mitos del ciberespacio están invadiendo lugares que teníamos reservados a la pareja. Al esgrimirle el dolor de pareja que siento en haberle permitido postergar la cirugía de su ya insoslayable presbicia, por invertir parte del dinero en algo que aumenta sus dolores de cuello: su iPhone. Al hacerle notar que su interminable zapping, y final uso de Netflix, le quitan tiempo de sueño necesario para el debido descanso. En fin, que trate de controlar tanto la cantidad del consumo como sus consecuencias, en ella misma y en nuestra relación.
Ciertamente puede resultar fácil estar de acuerdo con Lévy en que una visión apocalíptica/ tecnófoba de los efectos de las innovaciones y el cambio tecnológico, es desconocer la esencial indeterminación en muchos de sus sentidos. De la misma manera, que las técnicas son imaginadas, fabricadas y reinterpretadas por el hombre, y que no son ni buenas ni malas. Sin embargo, en verdad siento que la cibercultura está realizando, un sistemático, casi brutal ataque, no al tabernáculo de Baricco, sino a la sacralidad del encuentro con mi pareja. Además, lo está haciendo con las características que él mismo reivindica: siempre, y sea como sea, contra el rasgo más noble, culto, espiritual de todos y cada uno de los gestos (Baricco, introducción,36.)

Sí, por supuesto que puedo ser tildado de esgrimir una posición irremediablemente dualista, -debate que debe ser superado (Rueda, p.10). Empero, acaso el mismo Baricco no nos advierte:

No hay mutación que no sea gobernable. Abandonar el paradigma del choque de civilizaciones y aceptar la idea de una mutación en curso no significa que deba aceptarse cuanto sucede tal y como es, sin dejar la huella de nuestros pasos. Lo que llegaremos a ser sigue siendo hijo de lo que quisiéramos llegar a ser. Así que se vuelve importante el cuidado cotidiano, la atención, la vigilancia.”(Baricco, p.83)
Y Rueda, problematizando el concepto antideterminista (Lévy) sobre la tecnología, cuando reza para ella misma:

las tecnologías no son simples objetos a la mano, disponibles y neutros, esperando simplemente nuestro uso o producción sino que se inscriben dentro de una matriz cultural, histórica y política que les da sentido y que define sus usos, apropiaciones, los conocimientos válidos, legítimos que se tramitan, los que se han de universalizar, el lenguaje que se privilegia. Es decir, se constituyen en una esfera cultural dominante donde se excluyen grupos enteros o se incluyen segmentadamente otros, lo que ha dado lugar a violencias epistémicas sobre universos culturales enteros.” (Rueda, p.7)

De tal manera, no puedo estar, esta ocasión, de acuerdo con Medina, en que los impactos hasta ahora visibles de la cibercultura, pretendidademente analizados en Estudios Socio-Técnico-Culturales vanguardistas, puedan tomarse como referentes adecuados para llegar a conclusiones acerca de la bondad o maldad en la formación, o en la interpretación o estabilización de los Sistemas Socio-Técnico-Culturales que reciben su influencia (Lévy, en el prólogo de M. Medina.)

En mi opinión, no sólo el par de ideas anteriormente acotadas y, principalmente, el corto tiempo que nuestras sociedades llevan expuestas a la cibercultura, nos imposibilita definir con mediana claridad la realidad de sus efectos y, por ende, no podemos decir aún algo medianamente canónico acerca de la misma. No puede ser tomada como una realidad que deba aceptarse, de facto, y luego ser adaptada, articulada, transformada o rechazada. Medina mismo acepta que pueden darse riesgos o crisis que tienden a desestabilizar Sistemas Socio-Técnico-Culturales en su tradicional forma de pervivencia “debido a las transformaciones radicales y las desestabilizaciones generadas por los impactos de nuevos sistemas tecnológicos” con la consecuente emergencia de los conflictos (Lévy, en el prólogo de Medina.) Permítanme argüir que, prácticamente, ninguna de las “últimas palabras” que este campo necesita dilucidar, están aún a nuestro alcance.
La potencialidad de la virtualidad de la cibercultura que el mismo Lévy esboza en la primera mitad del capítulo III Lo digital o la virtualización de la información, se está mostrando sobre una realidad (el caso personal que he expuesto), de forma negativa, por lo menos hasta el momento. Si todo ello es un replanteamiento necesario de los modelos y prácticas sociales que la cibercultura ciertamente puede potenciar (mas no determinar, recalco de nuevo); tal parece que no hace mucho por el bienestar de mi relación. Acá me atrevo a citar, de nuevo, a Lévy:

Pero las potencialidades positivas de la cibercultura, si bien conducen a nuevos poderes de lo humano no garantizan para nada la paz o la felicidad. El que nos volvamos más humanos debe suscitar con todo derecho la vigilancia, pues sólo el hombre es inhumano, y justamente en proporción a su humanidad” (Lévy, p. 114.)

Desde otro punto de vista y tratando de contrastar mis anteriores disquisiciones, tal vez todo lo disertado hasta el momento me esté sirviendo de excusa para no enfrentar un simple conflicto de pareja. Quizás, todo se reduce a que estoy dejando de ser visto como la pareja deseada, compañero de vida. Es posible que donde ella, como “prebárbaro”, puede respirar a sus anchas, yo siento morir. Tal vez sus mutaciones son benignas y yo soy un simple apocalíptico, y, como Glenn Gould dice respecto al rock (citado por Baricco, p. 9): “No consigo entender las cosas simples.” Es posible que ella esté obteniendo en el ciberespacio esas deleitables experiencias, “ese momento en que el ser humano toma posesión de su reinado.” O será que debo comenzar a meditar si ya es hora de que sea yo el que cambie de actitud, y comience a meditar en mi posición tan romántica como burguesa, pues, al fin y al cabo, todos somos mutantes en algún grado. Puede ser que, como Baricco recomienda, deba empezar leyendo El Nombre de la Rosa de Eco, como parte del doloroso proceso de mutación en el sujeto que tiene asociada a la cibercultura (p. 2, 9, 22, 44-51, 82.)

Espero no ser tomado como un antibárbaro que se queja con snob, o que participa en una “plática de bar” (Baricco, 18.)” No niego que puede serlo, pero... Esto para mí es un saqueo barbárico, y el bienestar de mi relación no lo quiero como parte del botín, no quiero que la sacralidad de mi relación sea desmantelada. Cuando leía a Rueda, citando a Muñoz, Hopenhyan y Blondieu, no podía dejar de relacionarlo con mi situación como pareja. Juzguen ustedes mismos:

esta situación genera la preocupación constante de estar a la moda o de tener el último modelo y la consecuente preocupación por la obsolescencia tecnológica y, al mismo tiempo, la singularización de los dispositivos tecnológicos de acuerdo a las posibilidades económicas de cada quien, donde el consumo de éstos representa una opción de participación simbólica. Se trata de una situación compleja que produce grandes insatisfacciones y angustias, pues la paradoja es que cuanto más tiempo dedicamos a la adquisición de medios para poder consumir, tanto menos tiempo nos queda para poder disfrutar, gozar, experimentar y para vivir el mundo disponible que estas mismas tecnologías nos ofrecen como libertad.

Debemos ser veloces, actuar con rapidez, con eficiencia, esta es una de las condiciones de la subjetividad o en otras palabras, una de las cualidades para ser en la actualidad. Y su reverso ciertamente amenaza con el peso de la violencia y la exclusión simbólica con el destierro de todos los elementos y sectores a partir de los cuales se forjan los rumbos mundiales de existencia contemporánea. Por supuesto, estas características de velocidad, de capacidad de aprendizaje permanente, de adaptación al cambio, son las condiciones de una subjetividad capitalista, donde la cultura se ha integrado a los procesos de producción y valoración económica en las sociedades contemporáneas y es su fuerza vital ” (Rueda, p. 4).

Muy a pesar de mi asentimiento en que participar en la cibercultura es un derecho o una clase de imperativo moral (Lévy, p.92), no sé si mi pareja esta enriqueciendo el mundo virtual de la cibercultura con su participación. Lo que sí tengo claro, por un lado, es que está empobreciendo el mundo real de nuestra relación y, por otro, que parece lógico que una creación colectiva -estandarte de bondad de la cibercultura, y “uno de los mejores remedios contra las desestabilizadoras, algunas veces excluyentes, mutaciones técnicas”- pueda verse como una solución factible para un problema de nuestra esfera privada. No dejo de preguntarme: ¿Seré capaz de desviar el determinismo tecnológico aparente, en mis encuentros de pareja? ¿Debo hacerlo?

Es diáfano que ella merece el debido respeto a su individualidad. Si ella quiere estar empoderada en su papel de emigrante digital, y de progresar en su parcial mutación barbárica, entonces ella necesita una dosis de independencia en el actuar y pensar que interrumpe, y que me desquicia, y hasta en el surfing en la red ante la menor duda en cualquier tema, que tanto la esclaviza del aparato.

¿Acaso no necesita de un polo a tierra?, como Rueda menciona (p.11.) Más aun, si lo requiriese ¿debo ser yo mismo? Aunque son tan numerosas como serias las dudas que quedan, dispénsenme de concluir citando a la misma Rueda acerca del mundo que la cibercultura ha ayudado a crear:

¿Éste es el mundo que deseamos? Sin duda se trata de una pregunta política por las formas de vida que estamos construyendo. Parece ser que tanto para el ejercicio del poder y de control como para las prácticas de resistencia ante éste, las condiciones de posibilidad para desplegarse, tomar forma y organizarse son las mismas: residen en la producción de las mencionadas superficies de ensamblaje de mentes-cuerpos que cooperan con máquinas, en la posibilidad de manipulación, transmisión y conexión de información con el fin de generar una socialidad productiva” (Rueda, p. 5)

Sea lo que fuere. Así me vea impelido a mantener el statu quo. Así tenga razón o no en mi aparente tecnofobia. De cualquier forma y ante cualquier escenario. Declaro mis expectativas: Espero que ella no esté dispuesta a perder el alma. Espero que ella sea aún tan romántica como yo mismo. Espero que desafíe los bárbaros de Baricco -a los que tan sin cuidado les tiene perder el alma y el ser romántico (p.47-57.) En fin, Lo único que espero de todo estos ires y venires anteriormente explicados, es que, a ella, a mi pareja, le sobren deseos de darme una mano en el intento de defender la relación que ambos seguimos considerando enriquecedora.



LISTADO DE REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS


  1. Baricco, A.(2006) Los bárbaros: Ensayos sobre la mutación. Fandango, Italia. Disponible en: https://app.box.com/s/r4zmx69ugv0ufi4izql3
  2. Lévy, P. (2007). Cibercultura: Informe al Consejo de Europa. Anthropos, Iztapalapa (México.)
  3. Rueda, R.(2008) Educación y transformaciones cognitivas: Más allá del determinismo tecnológico y más acá de la ficción. Nasciencia. (Documento digital facilitado por el profesor Muñoz.)




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